65.PREGUNTA DE LA COMPUTADORA: ¿ENSEÑAR O NO HACERLO?
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Mucha gente, alumnos y maestros por igual, están convencidos que una educación musical requiere paciencia, presión y sufrimiento. Yo audaciosamente declaro que esto no es verdad. Es hora de separarse de la teoría de “trabajo pesado” que no refleja mucho aparte de nuestra inhabilidad de enseñar eficientemente. Es como si quisiéramos que nuestros alumnos recorrieran las mismas dificultades por las que pasamos.
Yo también estudié música a través del método tradicional. Cuando giré el pentagrama musical, colocando las Claves en el aire, aprendí a ver las notas bajo una nueva luz. Pero el entusiasmo y el éxito de mis alumnos fue el verdadero indicador en la eficacia de mi método. Simplemente no puede imaginar un camino diferente. Ahora y antes, algunos de los padres de familia más conservadores, piden que les enseñe a sus hijos con el viejo modo. Sin embargo, renuncian a esta empresa cuando se dan cuenta del progreso tan lento de sus hijos. Esto es lo mismo que pasar de una computadora veloz a una vieja máquina con accidentes y retardo de nueva información
Desde hace mucho tiempo, los educadores musicales han ido en contra de la corriente – han luchado contra el desarrollo natural de la percepción, contra las leyes del establecimiento de habilidades, y los ciclos graduales del aprendizaje. En cambio por tratar de mejorar su eficacia, la pedagogía tradicional ha ideado una filosofía justificadora: aprender música requiere ciertas habilidades que no todas las personas tienen y dominar música conlleva trabajo y sufrimiento. Convencida de su propia inocencia la pedagogía debe convertir a todos hacia su ideología. “La paciencia y el sufrimiento” han sido elevados a un ideal y los educadores “creyentes” están ciegos al hecho de que están enseñando con el peor de los métodos.
La verdad es que cada niño puede leer notas y tocar a dos manos tan fácilmente como anda en bicicleta. Habiendo demostrado esto a través de la acción, recibí cartas de mis colegas de enojo y rechazo. Recuerdo una carta furiosa de un pianista y educador profesional. Él dijo sobre la aplicación de apoyo en educación musical: “confundir a los alumnos” y “métodos rebuscados.” Remató su ataque con una posición típica, el lema de la escuela tradicional “Su programa parece simple, pero en realidad es una ilusión. En su búsqueda por el dinero está olvidando que no todos pueden aprender a tocar el piano, sino únicamente aquellos que estén listos a trabajar extraordinariamente duro.” Parece que en su fervor por defender los métodos tradicionales, no se dio cuenta que él mismo admitía su más grande debilidad: su inhabilidad para enseñar a todas las personas. Él no quería aceptar la mera posibilidad de una simple solución, aun si veía los resultados con sus propios ojos.
Desafortunadamente, para muchos profesores, la idea de educación musical pública no es mas que “ir en busca de dinero.” No aceptan la idea de que cada persona pueda tocar música como principio. Están convencidos de que solamente ciertos niños tienen el talento necesario para pasar a través de todos los círculos del infierno y así llegar a entender el lenguaje de la música. ¿De dónde viene esta afirmación? Su propia experiencia. Sus conocidas ambiciones y hábitos que contrarrestan sensibilidad y razón; ellos son solamente capaces de enseñar a los más dotados. Esto significa que cualquiera que sean los resultados, estos no se logran por el sistema de enseñanza, sino a pesar de él. Pero esto solamente puede ser reconocido por aquellos que han sido capaces de encontrar mejores métodos.
Nuestro progreso tiene un cierto efecto desafortunado: Todas las autoridades piensan en su deber personal de oponerse a cualquiera que haya sido capaz de encontrar su propio camino. Nosotros tratamos sinceramente de continuar “el más correcto”… ¡para siempre! Parecería que nuevos descubrimientos y logros alegrarían y serian aceptados por pedagogos y colegas. Pero ellos toman el éxito de fuera como un menosprecio personal
Un método nuevo y más productivo siempre, inadvertidamente, desaprueba tradición. Pero si esto no sucediera, todavía estaríamos llamando a sacerdotes y exorcistas cada vez que alguien se enferma.
Mis colegas han clasificado mi trabajo como una desacreditación a su labor y a sus convicciones. Puedo entender esto, pero sinceramente deseo que el foco principal de sus ambiciones se convierta en sus resultados.
En le jerarquía de “devotos a la música” la norma se vuelve más importante que el éxito de la oveja negra. Algunas veces me parece que el punto de pedagogía no es para nada la alegría de los progresos de nuestros alumnos, sino su reverencia hacia nosotros como dioses. Muchos educadores están deseosos de pasar por alto el hecho de que no hay resultados en sus esfuerzos mientras no tengan que reexaminar sus métodos. Están listos a pedir cualquier suma de esfuerzo y tiempo a sus alumnos, obligarlos a embutirse de información, pero están santurronamente convencidos: a sacrificarse uno mismo al “alto arte.” Este es el precio que tiene que pagar el alumno. Y esto hubiera sido aceptable si “alto arte” fuera el verdadero dominio de la música en lugar del confort de aquellos a quienes no les importa aprender nada.